“Te dicen que en el embarazo solo tenés que estar feliz y yo estaba habitando el mismo cuerpo que tenía en mis peores atracones. No me remitía a algo feliz”, confesó Oriana Sabatini hace unos días en una entrevista en OLGA. La frase resonó mucho más allá del streaming. Tocó una fibra profunda, de esas que exponen lo que preferimos callar: que no todos los embarazos se viven con plenitud y que hay miedos que vuelven.
En un mundo donde el embarazo se vende como un estado de gracia, reconocer el malestar suena casi a sacrilegio. Oriana lo hizo con una honestidad desarmante, sin eufemismos. Dijo que fue difícil aceptar que su cuerpo, el mismo cuerpo que había castigado durante años por un trastorno de la conducta alimentaria, ahora se transformaba sin su control. Que había días de culpa, de frustración, de no sentirse tan feliz como parecía en las redes. Y que esa contradicción también forma parte de la maternidad.
El cuerpo del embarazo no siempre se vive como un “templo sagrado”. A veces se siente como un territorio ajeno, impredecible, que se expande sin permiso. Para alguien que atravesó (o atraviesa) un trastorno de la conducta alimentaria (TCA), esa pérdida de control puede ser angustiante. Porque el aumento de peso, los cambios hormonales, la hinchazón y la mirada constante del entorno —comentarios, fotos, opiniones— pueden reactivar viejos miedos y conductas vinculadas con el control del cuerpo y la alimentación.
Y si no aparece la felicidad esperada, lo que llega es la culpa. En el embarazo aparece la imposición del mandato de la felicidad materna. Ese ‘deber ser’ convierte la experiencia en algo idealizado, casi publicitario: plenitud, brillo, panza perfecta, amor incondicional. Pero cuando esa vivencia no llega, muchas mujeres se sienten falladas.
Todos hablan del look de Oriana Sabatini: el vestido que marca tendencia y es apto para embarazo“La persona que padece un trastorno de la conducta alimentaria está tan ocupada en sí misma, tan estresada escaneando su cuerpo, que no logra hacer ese duelo por el cuerpo perfecto”, advierte la psicóloga Mabel Alonso, coordinadora del área de Trastornos de la Conducta Alimentaria del Centro Provincial de Trastornos Alimentarios. “El proyecto de tener un hijo implica que uno pueda empezar a duelar algunas cosas. Parte de la madurez emocional es poder situarse en el lugar del otro”.
Alonso remarca que los TCA son una problemática de salud mental y no un asunto de vanidad, como suele creerse. “Se inician muchas veces en la infancia, incluso desde los 8 o 9 años, cuando los chicos ya expresan preocupación por su imagen corporal o por lo que comen. Es una problemática silenciosa, invisibilizada, y cuando se instala, puede acompañar durante años”, explica.
Por eso, es clave que los profesionales que trabajan con personas gestantes tengan presente el historial clínico, incluyendo la salud mental. El embarazo puede ser un momento de reaparición de los peores flashbacks, entre ellos los vinculados a los TCA. Y si el entorno no está formado o no acompaña, la mujer se siente doblemente sola.
La cultura del cuerpo
La psicóloga también advierte sobre el rol de las redes sociales y la cultura del cuerpo. “No tenemos una regulación fuerte en Argentina sobre la publicidad, y los chicos consumen permanentemente imágenes asociadas al éxito y a la delgadez. En la adolescencia, esa presión se multiplica: en lugar de aceptar que su cuerpo va a cambiar, muchos sienten que deben ser cada vez más flacos, más capaces, más perfectos. Sin un pensamiento crítico, eso puede derivar en conductas de riesgo”, explica Alonso.
En ese contexto, escuchar a alguien como Oriana hablar desde su vulnerabilidad es valioso. Lo más lineal sería pensar: ella es hegemónica, es famosa, no debería tener ningún problema. Pero la salud mental no entiende de hegemonía. No hay inmunidad estética frente al sufrimiento. No hay cuerpo perfecto que garantice serenidad.
¿Baby boom en el mundo del espectáculo? Los famosos que anunciaron embarazo en 2025Oriana también dijo algo más, algo que condensa todo lo anterior: “Cuando vivís casi toda tu vida odiándote, es difícil aprender a querer algo que va a nacer de tu propio cuerpo”. No se trata solo de una confesión, sino de una verdad incómoda: amar un cuerpo que alguna vez fue enemigo no es automático. Requiere tiempo, paciencia y un entorno que acompañe sin juzgar.
El relato de Oriana no es el de una celebridad contando una anécdota, sino el de una mujer enfrentando un cambio vital con miedo. Una mujer que aprendió a no odiarse, pero que todavía carga con el eco de esa guerra interna. Y que al decirlo, habilita a otras a no sentirse monstruosas por no estar radiantes.
El embarazo puede ser una mezcla de amor y pánico, de ternura y rechazo, de agradecimiento y desconcierto. Y detrás de cada panza hay una historia distinta, un proceso mental y emocional que merece ser acompañado con respeto y sin juicios.
Como dice Alonso, “un cuerpo saludable no se define solo por lo que come, sino también por cómo se siente y se piensa. La salud mental es parte de la salud integral”.
Hablar de esto no resta felicidad: la vuelve más real. Porque a veces la maternidad también se construye desde el miedo, desde la aceptación lenta, desde la paciencia con una misma. Y reconocerlo no nos hace menos madres. Nos hace, simplemente, humanas.